IV


Ajena de mi dolor, resultaste. 
¡Qué injusta la vida!, que te dieron la luz como don
Te llevaste el silencio
Y dejaste desnuda las horas nocturnas
huérfanas de voz
Matando todo a tu paso
Como atropello descarrilado
¿Podré tejer mi carne?
¿Podré beber estas cenizas?
¿Podrá mi llanto curar la rabia de no olvidar tus cabellos enredados en el olvido?
Te necesito como absolución, de tantas mortificaciones 
La respuesta viva en tu piel.
Flor viva, agua para mi sed
Agua y sed que ya no se miran que ya no sueñan que no ríen que no sienten
Que complicado intentar odiarte, cuando fuiste quien revivió la falsa luz del amor
Desaparece, que cada vez estoy más cerca a mi deceso 
Deceso, que no deseo
Contemplo tu reino
Entre huesos y cráneos me pregunto por qué necesito de tu dolor de tu olvido
Ten piedad de mi
Si alguna vez vali para ti
Ten compasión de mi
Como alguna vez yo te la di
Por qué ser injusto, quien te dio hasta la vida, a cambio de dolor.
Ten piedad de estos versos que nacen de la belleza que hay en las sombras en aquellos rincones olvidados.
Soy una sombra que se apaga lentamente
Y que ya no despertará 
Y que nadie recordará


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